16 feb 2018

Fragmetos juiciosos I



De la edad, pequeña Frida

El tiempo pasa. La sociedad se empeña en demonizar esas arrugas, canas y manchas del sol que brotan con la edad. También se empeña en idolatrar la juventud, la eterna infancia o adolescencia, esa época de vulnerabilidad en la que las personas todavía no han podido nutrir su identidad.
Sin embargo, a mí me parecen verdaderamente hermosas esas arrugas. Me conmueve compartir la emoción ante el rostro de una mujer madura.
El rostro de la madurez habla de la historia. Habla del quehacer diario, del camino hacia la conquista de la libertad personal.
Cuando te cojo de la mano y nos conducimos ante el espejo. Ahí está todo lo que somos, con restos, rastros, sin maquillaje. Entonces me doy cuenta, pequeña Frida, de lo que eres.
Eres al fin tú misma, con la libertad de poder expresar lo que necesitas, mediando el no herir a nadie. Con la libertad de poder elegir con quién caminas, con quién te expresas, con la capacidad de decir "no" o "sí" desde lo más profundo de tus entrañas.
Te ronda un aura brillante, porque eres tú, así, tan nítida, tan tuya, tan especial entre la masa. Como aquella pepita no triturada que se empeña en salir del pan que hemos cocinado.
Y ahí estás, como si nada. Has perdido el miedo. El miedo que te escondía, te paralizaba por el temor a ser quién eres, por el temor a la mirada de la diferencia. Y ahí está, como un río de lava, el miedo arrastró la rabia. Puedes incluso equivocarte.
Entonces llega todo, como el kharma que te arrulla y te abraza aquí a mi lado, en este lecho de azucena alada. Vuela la noche en tus entrañas. Vuela con el respirar de la paz que abraza lo inefable.
Gracias a la vida que te puso a mi lado, en mí, caminando por cada uno de los latidos que borbotean vida al fin vivida.