14 jun 2017

Fragmentos utópicos XX


Yuki y Noche 

Escribo este relato por si sirve a mujeres con espíritu de salvadoras, que han acabado encerradas en relaciones de pareja tóxicas. Gracias infinitas a L. C. por animarme a componerlo. Y, ya saben, cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.

Érase una vez una mujer inteligente, bella y con una fuerza de lucha y seguridad únicas. Cuando nació la llamaron Yuki, porque brotó con tal ímpetu en un día de nieve, que se aferró intensamente a la vida. De pequeña, sus padres siempre le decían lo grandiosa y poderosa que era. Y así, Yuki, creció pensando que era fuerte y luchadora, más que princesa. Claro, que al ser fuerte y luchadora, Yuki también tenía una gran responsabilidad encima. Debía intentar hacerlo todo perfecto y ayudar a los que eran incapaces de hacer las cosas por sí mismos. Yuki era fuerte, única, era capaz de robar a los ricos para dárselo a los pobres, defender en el colegio a los que sufrían las burlas de otros, contestar a sus profesores para defender su dignidad. Sin embargo, Yuki nunca pudo aceptar que no existe nada perfecto y que nadie puede salvar a nadie. Así, constantemente se rodeaba de personas que por un lado necesitaban ayuda y que, por otro, le recordaban que no hacía las cosas perfectas, que todavía podía hacerlas mejor para salvarlos. La historia de su camino en este rol culminó al encontrar a la gran, única y esplendorosa princesa Noche. Noche era una princesa entre las princesas. Ella lo merecía todo, pero todo, todo era insuficiente, porque aceptaba fervientemente el cálculo infinitesimal, y pensaba que todo siempre podía ser más todo hasta llegar al infinito. Necesitaba aplausos, reverencias a cada paso. Sin embargo, la princesa Noche no sabía bien cómo vivir consigo misma. Le faltaba el largo camino de la introspección, como a Yuki. Habitaba un castillo lleno de mugre y ratas. Era incapaz de relacionarse con sus conciudadanos de forma pacífica -porque siempre se sentía traicionada, dado que todo todo era insuficiente-, ni de abrir su corazón o confiar más que en los animales de raza esclava, aquellos que no le protestaban, que le eran fieles y que eran capaces de darle todo todo, porque todo todo implicaba ser esclavo.
Yuki y Noche se encontraron, se enamoraron, se complementaron los roles y se desenamoraron, vamos una historia como tantas otras. 
Cuando Yuki y Noche se enamoraron, Noche decidió abandonarse a Yuki. Sí, Yuki era una gran cuidadora, fiel y una gran defensora que la protegería de todos los males del universo. Y Yuki decidió abandonarse a Noche. Sí, Noche era la princesa perfecta a la que proteger. Y así comenzaron a caminar a ciegas. Noche se abandonaba a Yuki, pero, como buena princesa, siempre exigía de Yuki mucho más abandono hacia su excelsa y reverencial persona. Todo abandono le resultaba insuficiente. Necesitaba succionar todo de Yuki. Necesitaba que ella se separara de su familia para atender todas sus peticiones a cada paso. Necesitaba que no hiciese nuevos amigos, porque cada nueva situación era amenazante a la atención de todas sus peticiones a cada paso. Y necesitaba, a ser posible, que Yuki tampoco tuviera una gran relación con los amigos que tenía, por los mismos motivos. 
Un día la madre de Yuki enfermó. Al principio parecía que iba a morir. Y Yuki quiso, si iban a ser los últimos momentos de la vida de su madre, pasarlos más cerca de ella. Cogió un caballo y se fue a visitarla a las Tierras Altas. Iba y venía. Vivía entre su madre y Noche. Y cada vez que llegaba al castillo de Noche, ella se encargaba de recordarle lo malísima que era, porque la dejaba sola, por ir a estar con su madre enferma. Yuki necesitaba ser cuidada. Estaba frágil, débil, enfadada con el mundo, porque le parecía lo más injusto que su madre fuera a morir. Yuki no podía cuidar a nadie. En ese momento necesitaba ser cuidada. Claro, Yuki no sabía que de una princesa de tal categoría y con tales galones como Noche, no se puede esperar que te cuide, porque quien merece los cuidados es ella. Y Yuki comenzó a extender un enfado gigantesco, que le invadía todo el cuerpo, que la envenenaba y que escupía a cada paso en forma de serpientes. Era el vómito de su gran dolor. Estaba peor que sola. Estaba junto a una princesa que, además, le recordaba siempre que Yuki le debía muchísimas cosas.
Entonces Yuki conoció a Luz. De casualidad. Un día. Pensó que necesitaba ayuda, deseó muy fuerte que apareciese Luz y llegó como un hada madrina. Luz cobraba sus servicios de ayuda, lo cual le pareció a Yuki perfecto en un momento en el que de manera humana no podía llegar a la equidad con nadie. Luz era tan hermosa por dentro. Luz, sin decir nada, lo decía todo. Luz, sin hablar, era capaz de estar a tu lado, apoyarte, arrullarte. Luz era socrática, te ayudaba a parir ideas sin apenas sugerirte nada. Y así fue como Yuki, junto a Luz, pudo caminar a su pasado, pudo perfilar el rol de salvadora y pudo crear el caldo de cultivo para que Noche se fuese, porque concluyese que merecía mucho mucho más, junto, ahora sí, a un príncipe. 
Y Yuki quedó liberada de la maldición de la madre salvadora, y, semanas después de la partida de Noche, comenzaron a florecer miles de plantas que tenía muy secas antes en su jardín. Tan hermosas. Estaban ahí. Manos tendidas, besos, abrazos, cariño, amor y vida.

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