En estas épocas del año uno se retira a pensar, tranquilo en casa, mientras ve la lluvia cayendo en el exterior. La lluvia es un estado de excepción en Murcia, y, a pesar de que me pese, porque no me gustan los días lluviosos, desearía que cayesen más gotas por acá para que llenen pantanos, ríos, para que se cree un mundo justo en la repartición del agua. En Sana'a vivimos verdaderos problemas de agua en una ciudad en la que no llueve casi nunca, y en la que el agua se transporta en camiones desde otras ciudades para llenar los bidones que adornan los techos de todas las casas. Deberíamos ser más conscientes de este problema, ahorrándola, para no llegar a situaciones tales en las que la sed, que atraviesa diariamente el físico de un individuo, se convierta en algo común en un lugar casi desértico. Es verdaderamente duro pasar sed. Hubo momentos en los que la cabeza se enrocaba con la locura pensando en hacer cualquier cosa por tener un poco de agua que echarse a la boca. Recuerdo un día en el lugar donde vivía en el que en el cuarto de baño chupaba el grifo para intentar adquirir las pocas gotas que caían sin desperdiciar ni siquiera una. E imaginaba que cada gota podía llenar toda mi boca, que podría saciar todo el deseo provocado por la necesidad de ese agua. Lo peor es que no era cierto, que aquella boca seca llena de arena me acompañaría unos cuantos momentos más.
A veces no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos, y deberíamos aprender a cuidar las cosas para que no se marchiten o desaparezcan.
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