Café con churros
Ahí estás. Creía haberte olvidado después de tantos años sin dedicarnos tiempo. Perteneces a mis recuerdos de juventud. Eres de Albacete y acompañas a las noches en blanco. Esas noches de fin de año en las que una se dedica al hedonismo social. Hay noches en blanco culturales, como la de los museos de París, y otras que atraviesan el hilo rojo tejido azarosamente entre las personas. Todas se basan en el exceso, en ese exceso que reafirma que estamos vivos, que somos seres emocionales y esencialmente libres. Estas noches son importantes para tantas personas, porque en ellas pueden recordar su esencia humana, que en ocasiones el contexto social se empeña en soterrar. Todas requieren luchar contra el ritmo circadiano. Todas acaban por sorprendernos, sobre todo al llegar a casa y ver que las aves ya salieron a buscar su alimento. Noches en blanco que dan vida. Noches voluntariamente insomnes que son acogidas al final en su seno por ese café calentito con churros que abraza, da fuerza y nos aferra más al deseo, a la sed de conocimiento. ¡Qué gran invento para almas curiosas!
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