En El Mundo de hoy, mi maestro Francisco Jarauta. No pueden haberlo radiografiado y fotografiado mejor. Estoy llena de orgullo y felicidad de mi maestro y de haber podido formarme con él. Gran parte de mi forma de hacer filosofía y de vivir se la debo a él:
La liberación de pensar
En la cabeza del filósofo Francisco Jarauta,
dibujada con igual asimetría barroca que la de Francisco de Goya, se
concentra una inteligencia de vocación esteparia que hace del
escepticismo apasionado su alegría de andar. Ante la falsa
grandilocuencia de las modas, el pensamiento fragmentario de Jarauta
entra a saco por las microfisuras de la política, de la
estética, de la filosofía, del arte, de lo actual, de la trampa urgente
de ese porvenir quincallero que nada tiene que ver con el futuro. Y
allí abastece de asombro, hallazgo y razón a quien se quiera asomar. Las
ideas vivas son un antídoto contra el emplasto de los cantamañanas que
dan la murga con frigidez de profesor agregado. Escuchar a Jarauta
(leerlo y escucharlo después) tiene algo de liberación de los fluidos
a través de una oralidad ancestral y despierta que lo hace fieramente
postmoderno. Ha escrito de Kierkegaard, de Benjamin, de Mallarmé o de
artistas contemporáneos con exquisitez intelectual, sin urbanizar sus
tesis en lugares comunes. Jarauta hace nuevo todo aquello de lo que
habla, lo que observa y lo que piensa. Es un berlinés con carcasa de hombre nacido en Zaragoza.
Sus inquietudes crecen también del lado de la ética y la política, que
son territorios donde el individuo toma conciencia de ser. Arriesga
opiniones sin afán de caer en el besamanos de la polémica de plató.
Sencillamente sabe que la misión de la filosofía es reflexionar y desafiar abarcando
épocas distintas y materias opuestas. En las conferencias suele reunir a
un auditorio disparatado donde caben estudiantes con los dedos tiznados
de boli, señores de traje dotados de una fina neurosis, señoras que
transforman en cultura las tentaciones de la carne, extranjeros en
llamas o un notario rapado a lo Foucault. Y lo escuchan como si lo rezaran,
con la certeza de estar asistiendo a la formulación de un razonamiento
distinto sobre las cosas de siempre. Eso es lo complejo. Faltan tipos
así, de los que organizan su pensamiento como una autodefensa y una red
de luces.
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