30 ene 2020

El triunfo del diálogo


El ego humano adormece y atormenta los dictados de la razón fácilmente. Nunca aprendí del diálogo. En caso de conflicto grave aprendí de la venganza, el orgullo, el ganar batallas absurdas aunque vaya en contra del bienestar personal y del otro. Aprendí de la piedad cuando tienes al otro a punto de muerte. Esa piedad católica que representó tanto Michelangelo. La sociedad que nos rodea es así, nuestra cultura es así, nos circundan lustros de latinidad. 

Sin embargo, siempre creí en el diálogo. Y me he pasado 38 años buscando salidas a los conflictos personales más allá de los derroteros infantiles del ego de negar saludos, palabras, afectos... tuneados con bloqueos de Whatsapp y Facebook. 

También tuve la suerte de conocer a dos personas en mi vida dialogantes, dos hombres que me han enseñado con su ejemplo otra posible forma de estar en el mundo. Esa manera de sentarse frente al ego, escucharlo, confrontarlo, ser condescendiente con sus caprichos, pero no llevarlo al extremo de negociar el diálogo por sus designios.

Buscando y rebuscando, al fin lo he hecho. 38 años de desear vivir la relación con el otro de una manera dialogante y lo he logrado. Gracias Nacho, gracias Pepe, gracias Laura, por ese año de viajes a la profundidad de mi alma, y, sobre todo, ¡qué narices!, gracias a mí, por todo el trabajazo de reeducarme a la búsqueda de un ideal diferente.


27 ene 2020

Derroteros



Derroteros

¿Dónde está la frontera clara en estos sentimientos que acucian dentro? No puedo entenderlos. Están, viven, se desatan, se atan, me impregnan de música, de ruido, me llenan de fantasías, de anhelos, me abrazan a los recuerdos y me desprenden de ellos. Todo a un tiempo, difuso.
Los vivo, los dejo estar, impregnarme, caminarme. Sin embargo, no los comprendo. Me paralizan, me dejan sin forma de actuar. A veces les hablo, los corto, les riño. Otras me dejo llevar con ellos.
Busco vagamente en esta vida poder vivirla como jefe apache de mí misma. Pero a veces no me siento dueña de lo que siento. Amo un imposible. Y quizás nunca deje de amarlo. Sí, aunque materialmente sea imposible entenderse, la amo. No me pregunten por qué. Yo tampoco lo entiendo.