Un día cualquiera, como todos los días cualesquiera de esta vida, Teresita se columpiaba con su cola en la rama de una palmera. Los dátiles estaban a punto de madurar, y Teresita los miraba, impaciente, sin apenas poder esperar el momento para poder compartir su sabor con los amigos de Tabarca. Entre vuelta y vuelta, llena ya de mareos que no cesaban, atisbó en el horizonte una sombra misteriosa. Alguien allá, a lo lejos, se columpiaba también de la cola dando vueltas a la rama de otra palmera. Vislumbraba un ser vivo de un tamaño mayor que ella, con una presencia calmada, cubierto de pelillos erizados, probablemente de la especie felina. Esos ojos lo decían, sí, hablaban de una mirada felina. ¿Quién sería? Teresita decidió acercarse sin sigilo alguno, aunque creyendo que era sigilosa, saltando de palmera en palmera hasta que llegó a su lado. Era un gato. Bajó su ritmo. La miraba. Teresita, con sus ojos torpes, lo miró. No sabía qué decir, porque ella siempre ha sido timidilla. Así que, torpemente de nuevo, le sacó la lengua heredada de sus largos ancestros para tocarle la nariz húmeda. El gatejo erizado permaneció tranquilo, abrió la boca y dijo: "Soy el cateho de Caramanchón. Me gu'ta el pa' con azeite y el brazo de hitano. Vivía en una panera de andaluzía y me gu'tan los 3000 olivo'. Ahora e'toy aquí en el essilio, porque me hablaron muy bien de Tabarca. Soy revoluzionario defensor de una ética modelo para la humanida. No me gu'tan los abuso' ni desuso'. Vivo en piso' de 600 metro'. Plancho en una habitazión, como en otra habitazión, duermo en otra habitazión, cozino en otra habitazión, doy clase' particulare' en otra habitazión y lavo la' toalla' con habón de la abuela". Cuando era pequeño, el cateho de Caramanchón había aprendido a sonreír. Su sonrisa llenaba los mundos de aquellos a los que iba conociendo. Tenía un pasear dispuesto que hacía sentir la vitalidad de sus compañeros en este viaje de la vida. Llenaba los días con pequeños momentos llenos de felicidad, de pequeñas cosas que se convierten en mundos -así relataban los viejos manuscritos que narraban su biografía. Sabía todo, porque desprendía una sabiduría virtuosa. No leyó Aristóteles, sin embargo era Aristóteles, no leyó a Pérez-Reverte, sin embargo era el cateho de Pérez-Reverte. Decía con el silencio más que con la palabra, sin embargo, sus silencios eran palabras. Teresita se fascinó por una ejemplar y bella escena ética. Reía cuando él sonreía, como si el mundo fuese la felicidad de ese momento del cateho de Caramanchón. Sentía su dolor cuando él se dolía, como si el mundo fuese la tristeza de ese momento del cateho de Caramanchón. Pathos, empatía, tantos escritos griegos allí materializados. Teresita levantó su pequeña patita, cogió la patita del cateho de Caramanchón y le preguntó torpemente: "¿Quieres ser mi amigo?".
2 comentarios:
¡Qué bonito texto!¡Cuánta ternura!
Me emocionan los sentimientos que expresas.
Un abrazo muy fuerte.
Pilar Turiso
Mil gracias, Pilar, por tus palabras. Expresar los sentimientos y sentir es el regalo más bello que se puede dar a las personas en esta vida.
Abrazos, preciosa.
Nieves
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