3 mar 2016

Fragmentos utópicos XIV



Cáncer

Es como una luz violácea. Ahí está, al final del túnel. La veo brillar en su cabeza. Y camino las calles a la búsqueda de bombillas como la suya. Hay que seguirlas con sigilo, porque se esconden en la sombra, tras el silencio de una sociedad de máscaras de joven y saludable felicidad. Atisbo a alguien que me entiende con su mirada. A lo lejos. Viene hacia mí. Despacio. Se entrecruzan nuestros gestos. Ahora puedo verlo. Es violácea la luz de sus ojos. Violácea como el estandarte de una revolución. Violácea en la lucha más encarnizada de una persona: vivir cuando se tiene a la muerte pisándote los espolones.
¡Qué fuerza de flaqueza! ¡Qué deseo de aferrarse a la materia!
Toda lucha entiende de enseñanza. Todos deberíamos poder abrir los ojos sin tragedias a esas grandes personas violáceas a las que les ha tocado la varita mágica. Ellos pueden ver la esencia. Nosotros vivimos ocultándola, perdidos, naufragados en devaneos psicológicos de poca enjundia.

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