
Palermo cruza los océanos de tantas civilizaciones. En su interior resurgen diàlogos, suegnos o versos. Los lenguajes se cruzan y recuerdan, las ropas tendidas en las calles, en los postigos de antiguas vigas de madera. Aquellos gatos callejeros que, como antagno, buscan los restos de la pesca cercanos al puerto. Una terraza observando los màstiles de los recuerdos de tantos viajes. El encanto de una ciudad fronteriza que, màs allà de ser isla, màs allà de los discursos identitarios que encorsetan, abre sus puertas a un Oriente o un Occidente.