4 sept 2008

Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana


Un día como hoy, en 1791, Olympe de Gouges presentó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana en pleno gobierno posterior a la Revolución Francesa. La cuestión, como remarca en el epílogo, se centraba en que tras la revolución se habían reconocido muchos derechos, pero nunca se había pensado en los de la mujer. Un texto propuesto avanzado para la época y del que podríamos seguir su ejemplo, salvo en ciertos pasajes que pertenecen a la época, en el presente en el que optamos por la igualdad.

DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DE LA MUJER Y DE LA CIUDADANA

Para ser decretados por la Asamblea nacional en sus últimas sesiones o en la próxima legislatura.

PREÁMBULO

Las madres, hijas, hermanas, representantes de la nación, piden que se las constituya en asamblea nacional. Por considerar que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados de la mujer a fin de que esta declaración, constantemente presente para todos los miembros del cuerpo social les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes, a fin de que los actos del poder de las mujeres y los del poder de los hombres puedan ser, en todo instante, comparados con el objetivo de toda institución política y sean más respetados por ella, a fin de que las reclamaciones de las ciudadanas, fundadas a partir de ahora en principios simples e indiscutibles, se dirijan siempre al mantenimiento de la constitución, de las buenas costumbres y de la felicidad de todos.

En consecuencia, el sexo superior tanto en belleza como en coraje, en los sufrimientos maternos, reconoce y declara, en presencia y bajo los auspicios del Ser supremo, los Derechos siguientes de la Mujer y de la Ciudadana.

ARTÍCULO PRIMERO

La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden estar fundadas en la utilidad común.

ARTÍCULO SEGUNDO

El objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles de la Mujer y del Hombre; estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión.

ARTÍCULO TERCERO

El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación que no es más que la reunión de la Mujer y el Hombre: ningún cuerpo, ningún individuo, puede ejercer autoridad que no emane de ellos.

ARTÍCULO CUARTO

La libertad y la justicia consisten en devolver todo lo que pertenece a los otros; así, el ejercicio de los derechos naturales de la mujer sólo tiene por límites la tiranía perpetua que el hombre le opone; estos límites deben ser corregidos por las leyes de la naturaleza y de la razon.

ARTÍCULO QUINTO

Las leyes de la naturaleza y de la razón prohiben todas las acciones perjudiciales para la Sociedad: todo lo que no esté prohibido por estas leyes, prudentes y logicas, no puede ser impedido y nadie puede ser obligado a hacer lo que ellas no ordenan.

ARTÍCULO SEXTO

La ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las Ciudadanas y Ciudadanos deben participar en su formación personalmente o por medio de sus representantes. Debe ser la misma para todos; todas las ciudadanas y todos los ciudadanos, por ser iguales a sus ojos, deben ser igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según sus capacidades y sin más distinción que la de sus virtudes y sus talentos.

ARTÍCULO SÉPTIMO

Ninguna mujer se halla eximida de ser acusada, detenida y encarcelada en los casos determinados por la Ley. Las mujeres obedecen como los hombres a esta Ley rigurosa.

ARTÍCULO OCTAVO

La Ley sólo debe establecer penas estricta y evidentemente necesarias y nadie puede ser castigado más que en virtud de una Ley establecida y promulgada anteriormente al delito y legalmente aplicada a las mujeres.

ARTÍCULO NOVENO

Sobre toda mujer que haya sido declarada culpable caerá todo el rigor de la Ley.

ARTÍCULO DÉCIMO

Nadie debe ser molestado por sus opiniones incluso fundamentales; la mujer tiene el derecho de subir al cadalso; debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna con tal que sus manifestaciones no alteren el orden público establecido por la Ley.

ARTÍCULO DECIMOPRIMERO

La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más preciosos de la mujer, puesto que esta libertad asegura la legitimidad de los padres con relación a los hijos. Toda ciudadana puede, pues, decir libremente, soy madre de un hijo que os pertenece sin que un prejuicio bárbaro la fuerce a disimular la verdad; con la salvedad de responder por el abuso de esta libertad en los casos determinados por la Ley.

ARTÍCULO DECIMOSEGUNDO

La garantía de los derechos de la mujer y de la ciudadana implica una utilidad mayor; esta garantía debe ser instituida para ventaja de todos y no para utilidad particular de aquellas a quienes es confiada.

ARTÍCULO DECIMOTERCERO

Para el mantenimiento de la fuerza pública y para los gastos de administración, las contribuciones de la mujer y del hombre son las mismas; ella participa en todas las prestaciones personales, en todas las tareas penosas, por lo tanto, debe participar en la distribución de los puestos, empleos, cargos, dignidades y otras actividades.

ARTÍCULO DECIMOCUARTO

Las Ciudadanas y Ciudadanos tienen el derecho de comprobar, por sí mismos o por medio de sus representantes, la necesidad de la contribución pública. Las Ciudadanas únicamente pueden aprobarla si se admite un reparto igual, no sólo en la fortuna sino también en la administración pública, y si determinan la cuota, la base tributaria, la recaudación y la duración del impuesto.

ARTÍCULO DECIMOQUINTO

La masa de las mujeres, agrupada con la de los hombres para la contribución, tiene el derecho de pedir cuentas de su administración a todo agente público.

ARTÍCULO DECIMOSEXTO

Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no esté asegurada, ni la separación de los poderes determinada, no tiene constitución; la constitución es nula si la mayoría de los individuos que componen la Nación no ha cooperado en su redacción.

ARTÍCULO DECIMOSÉPTIMO

Las propiedades pertenecen a todos los sexos reunidos o separados; son, para cada uno, un derecho inviolable y sagrado; nadie puede ser privado de ella como verdadero patrimonio de la naturaleza a no ser que la necesidad pública, legalmente constatada, lo exija de manera evidente y bajo la condición de una justa y previa indemnización.

EPÍLOGO

Mujer, despierta; el rebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus derechos. El potente imperio de la naturaleza ha dejado de estar rodeado de prejuicios, fanatismo, superstición y mentiras. La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes de la necedad y la usurpación. El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera. ¡Oh, mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuando dejaréis de estar ciegas? ¿Qué ventajas habéis obtenido de la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén más visible. [...] Cualesquiera sean los obstáculos que os opongan, podéis superarlos; os basta con desearlo.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien por esos derechos, me alegro...
Ya sé que nadie me ha dado vela en este entierro, pero deberíamos comenzar a hablar en otros terminos, como el de "persona" (lo que sería una prueba de que tales diferencias, a estas alturas, ya no-son, no caben); pero, como bien sabes, las personas son, cada una, diferentes e inconmensurables y tal igualdad es problemática a la hora de aplicar la ley... Con lo que una nueva categoría se hace imprescindible: la de "equivalencia", por lo que respecta al valor y dignidad de cada individuo (en el sentido general de la lengua castellana, que acapara ambos géneros).
Las categorías son problemáticas y distancian más que congregan; por no hablar de la violencia que desatan cuando se tornan pesas como lápidas marmoreas, que sólo se suelen quebrar con el paso del tiempo, oprimidas por el peso que soportan, cansadas de sostener lo insostenible.

Feliz regreso

Rai

NSN dijo...

Gracias por tu comentario tan inspirador, Rai. Ciertamente debería poder hablarse desde la no diferencia. Y me ha hecho pensar que es posible tratar de personas (sin agrupaciones identitarias de todo tipo) cuando se trata de manera personal, pero que resulta más complicado no reconocer y defender una cierta identidad, incluso aunque no sea la suya propia, cuando en el conjunto de la sociedad es reconocida como tal, y además cuando en ocasiones es tratada de manera desigual, incluso por parte de las personas que pertenecen al grupo. Quiero decir, que mientras observe que existen desigualdades de trato personal o profesional a la mujer, seguiré reivindicando un trato igual y personal adecuado. Y esta afirmación identitaria no tiene por qué negar cualquier otra identidad, ni tiene por qué identificar culpables personales, ya que son las costumbres y la historia social la que ha seguido ese camino por su propio devenir, y simplemente ahora se está cambiando y cuestionando. Caerá como una losa y pesará sobre las espaldas, probablemente en un futuro, pero de momento en un contexto social y político seguiré hablando de la mujer porque me parece necesario. Sobre todo lo que me parece necesario es hablar de todas las mujeres que han supuesto hitos importantes en la historia del pensamiento, y que no conocemos me atrevería a decir casi nadie de nosotros. Tú has estudiado todos estos largos años de filosofía. ¿Cuántas filósofas has estudiado? A mí me pareció personalmente que pocas en proporción a todas las que hay. Y las que se estudiaban era en relación a un hombre: Simone de Beauvoir porque era la mujer de Sartre, que, no lo olvides como la estudiamos, soportaba sus amoríos y amanteríos, y por eso se volvió feminista (échale), y Hannah Arendt, una de las filósofas más importantes de la filosofía política, se estudiaba porque era la amante de Heidegger, que la pobrecita vivía amargada porque su maestro no reconocía su trabajo ni quería casarse con ella para dejar su condición de amantes (échale). En fin, deja que desear.

Anónimo dijo...

Tienes razón... si la historia de occidente, a partir del comienzo del proyecto ilustrado, hubiera sabido superar ese pre-juicio, estoy convencido de que quizá ese proyecto hubiera tenido un final menos dramático. Dos personas reman mejor que una y excluir a la mitad de la población en ciertas esferas ha sido, sin lugar a dudas, una auténtica pena que ya no puede ser subsanada.
Yo no leo a Hannah Arendt porque fuera amante de Heidegger, ni creo que sus palabras sean reconocidas por ello. Las razones por las que un autor es publicado y luego reconocido son externas a este debate. Pero lo realmente interesante es que, pese a los cientos de ejemplos que ambos podemos aludir en favor de tu punto de vista, en muchos casos, ese muro que tú tratas de derribar hace aguas en muchos de sus flancos.
Creo que la auténtica revolución es aquella que da por hecho el fin al que se dirije; la que "es" y no la que espira a ser (esto lo supo ver muy bien el bueno de Benjamin y también una de sus grandes amigas...), la que elude el proyecto y cristaliza en hechos. Creo que, en ese caso, cada uno guarda esa semilla y cada individuo "es" la revolución en sí misma. Extrapolar la proclama esteticista de Oscar Wilde y trasladarla a la esfera de la vida, que es la de las relaciones humanas: que nuestras vidas sean una revolución.
Sólo en este caso, yo también quiero ser un "tucán".

Salut, companya. Et desitjo el millor en la teva lluita.

Rai