Ahí estabas. Moviéndote. Cráneo. Estómago. Vejiga. Y todos los huesitos de la columna vertebral que tanto me emocionó ver, como los de un pequeño lagartito. Ahí estabas. Voy a llamarte Adrián. Otro sobrino en la familia. ¡Qué emoción tan inmensa verte moverte! ¡Y buscar tu pirulina!
¡Qué fortuna la tuya, Adrián! Llegas al mundo tan querido por tu madre, tu padre, tus abuelos, tu tía, tu hermana Minerva y tantos otros. Es imposible no quererte al sentirte tan vivo.
Estoy deseando verte y arrullarte entre mis brazos. Y escucharte gritar a pulmón abierto. O sentirte reír a carcajada limpia. Y que abras junto a Minerva todos los cajones de la ropa y encontrarme la habitación plagada de desastres, de vida feliz, de inocencia, de huellas, de existencia.
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