12 feb 2012

Fragmentos geosféricos XII

Carlos Estévez, Ser habitado

Ser habitado

La base más difícil de cualquier enfermedad es el hecho de aceptar ser habitado. Ser habitado significa no tener el control sobre el propio cuerpo, es decir, aceptar que algo ajeno a la voluntad del sujeto es lo que lo domina. Piensen en el ejemplo más sencillo, un cáncer o un virus. Ahora bien, ¿existen formas de ser habitado que pueden llegar a ser placenteras? Se me ocurre la más universal, que es el caso de los sentimientos de amor hacia otros seres humanos. Una madre es habitada por su hijo a través de los sentimientos que siente hacia él. O cualquier persona por la persona a la que ama. Y realmente, mediante el amor, somos habitados de tal forma que nos volvemos extremadamente vulnerables, como en el caso de la enfermedad, es decir, ponemos nuestra condición psíquica y física en manos de algo ajeno a nuestra voluntad, en este caso un ser humano.
Realizo esta reflexión comparativa porque tantas veces se ha equiparado el amor a una enfermedad, y me gustaría desmontar tal comparación.
Para empezar, la enfermedad no se elige, mientras que la persona a la que se ama en cierta medida sí -o bien entre los ya educados adultos, o bien inculcando valores a niños-. Para continuar, la enfermedad, por norma general, habita el cuerpo con la intención natural de acabar con él -habitarlo hasta destruirlo-, mientras que a la persona amada no se le presupone esa intencionalidad de batallar para acabar con uno mismo.
Así pienso yo el amor, muy alejado de la enfermedad. Ahora bien, entonces podríamos preguntarnos ¿por qué hay amores que matan? O ¿por qué existen prejuicios sociales en los que se equipara el amor con la muerte -se me ocurre el típico comentario de que cuando uno es padre acaba con su vida, o el otro tal que cuando uno va a vivir con la persona que ama se acaba el amor-? 
Y no sé a ustedes, pero a mí se me ocurre una respuesta muy sencilla a esas preguntas. Creo que quien vive el amor como una muerte, o quien mata o se deja matar por amor, es porque decide vivirlo como una muerte. Es decir, que existe un punto en el que quien lleva al límite las situaciones que equiparan al amor con la muerte, es porque en el fondo lo concibe como enfermedad. Y esto no es más que un síntoma de la dificultad de ese sujeto para dejarse habitar, desde mi punto de vista, es decir, para dejarse llevar o entregarse a las circunstancias. Ya que si supiera dejarse habitar, sabría distinguir perfectamente entre lo doloroso de la enfermedad y lo placentero del amor.
No es sencillo dejarse habitar ya que en la mayor parte de las ocasiones algo ajeno gobierna los actos del sujeto, pero no es sencillo porque no hemos recibido una educación sentimental y emocional para comprender que el acto de ser habitado es una ley humana -la enfermedad tarde o temprano, de forma más grave o menos grave, se presenta alguna vez en la vida-, y el amor es nuestra guía y motivación en este camino, casi diría nuestra bandera. Y que, como ley humana, para cada uno de los dos casos mencionados el cerebro establece un espacio. 
Así pues, brindo hoy por este amor constantemente naciente tan hermoso.

4 comentarios:

Julia Gallego i Pérez dijo...

"Porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren", diu Sabina.

NSN dijo...

;-)

Ana Cuéllar dijo...

Desde luego que hay enfermedades que matan o que nos maltratan y también amores que matan,nos consumen o enferman. En ese sentido tanto unas como otros son iguales pues son posesiones patológicas.Y por tanto ciertamente destructivos. Y su vivencia, compresión y sentido requiere de nuestro valor y coraje para enfrentarlas y superarlas y a veces es posible, depende de uno.

NSN dijo...

Sigo pensando que la enfermedad no se elige de ninguna de las formas, pero que la mayor parte de los amores se eligen. Se puede elegir vivir muriendo, es una opción. Yo no la quiero ni de lejos, Ana.