De sueños
Hoy soñé algo tan intenso que parecía real. Yo era un hombre japonés vestido de samurai con pelo largo naranja. Trabajaba para una mafia y tenía una misión: asaltar un crucero que se dirigía de España a Japón. Lo que allí tenía que conseguir era un cofre con un tesoro dentro que se encontraba en un camarote. Pero no sabía de qué tesoro se trataba.
Nadando por el océano, logro colarme al crucero por las cañerías del desperdicio. Allí fui bañada por una gran cantidad de spaghetti que habían tirado a la basura. Cuando consigo llegar arriba, salgo por el lavavajillas, toda limpia, o limpio, más bien.
Y busco desesperadamente hasta que encuentro el camarote que estaba vacío. En él comienzo a rebuscar por el armario de la ropa hasta que aparece el cofre del tesoro. Era de madera, muy sencillo y tenía una cerradura enorme de la que no tenía la llave. Entonces abrieron la puerta un hombre y una mujer, compañeros de departamento a los que aprecio muchísimo. Venían de la sauna todo húmedos y envueltos en su toalla blanca. Y me saludan "Hola, Nieves, ¿cómo estás?". Entonces pienso "¿Cómo me han reconocido, si soy un hombre japonés?". Y, a pesar de que me ven con el cofre en la mano, no me dicen nada al respecto. Era como si para ellos fuera invisible. "Nunca podré averiguar de qué tesoro se trata porque no tengo la llave"- pensé. "Y ellos saben que existe, tienen el suyo, pero el mío no lo ven y no pueden ayudarme a abrirlo".
Este sueño tiene que ver con el concurso dichoso de traslados que me tiene inquieta. Ayer por la noche, en cuanto tuve un momento, me puse a preparar los papeles. Un año más la incertidumbre de saber si me darán una plaza de la que me volverán a desplazar. Un año más la incertidumbre de si me enviarán lejos de Elche y no podré estar cerca de mis nenas, con los casi siete años que llevo luchando -menos el año de la estancia en Roma y en Japón-, a veces incluso contra mí misma, por estar en esa ciudad cerca de la vida que con mucho empeño hemos construido.
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