19 dic 2011

Fragmentos geosféricos IV


Madrid

Madrid es una de esas ciudades a las que, siempre por circunstancias azarosas, uno acaba por regresar. Cada vez en una situación que añade nuevas vivencias. Sus calles son para una servidora como arquitecturas de una biografía sentimental.
La primera vez que visité la ciudad que yo recuerde tenía unos cuatro años. Iba a casa de mis tíos, que por aquel entonces allí vivían, y que se quedaron cuidando de mí durante unos días por mero placer. Pero ya antes había visitado aquel barrio del Pilar. En él mi abuelo fue operado, corrí mi primera maratón. Fue en Madrid donde visité por primera vez Cortilandia. Siempre me recuerda mi madre la cara de sorpresa que puse en aquella Puerta del Sol cuando veía a tanta gente reunida paseando, trabajando, aireándose, existiendo. 
Desde aquello pasó mucho tiempo. Todavía recuerdo cuándo visité por primera vez yo sola la gran ciudad. Fue en el año 1999, con mis 18 años recién cumplidos. Ya no recuerdo ni siquiera dónde dormí, pero sí recuerdo la felicidad que me recorrió de saber que ésa era una de mis ciudades. 
Un momento fundamental en la afirmación de mi relación con la ciudad fue cuando, estando acabando la carrera en la Universidad de Murcia, decidí regalarme para el día de mi 22 cumpleaños un viaje de ida y vuelta en un día para visitar la exposición Vermeer y el interior holandés en el Prado. Fue una experiencia mágica. En el camino de ida, a las 6 de la mañana, comencé a leer el libro de Valeriano Bozal sobre el pintor, que acabé justo cuando llegaba el tren a la estación de Atocha. 
Tampoco puedo olvidar el día que visité el Prado de la mano de mi maestro Francisco Jarauta, quien me abrió un universo nuevo de sensaciones y miradas. Desde ese día adoro a Margarita.
Con el tiempo fui descubriendo la Madrid de los bares, de los camareros de toda la vida, la Madrid de los museos, las exposiciones, los teatros. La Madrid nocturna, la Madrid callejera, la Madrid doméstica. Siempre de la mano de fantásticos amigos, amantes, pareja o incluso sola.
Lo último que me brindó Madrid es que me ofreció una clínica que me hizo renacer físicamente abriendo soluciones a mi enfermedad.
Si un día pudiese cumplir un sueño, sería el tener una casa en la gran ciudad que visitar de cuando en cuando los fines de semana. Malasaña sería un grato lugar.

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