De las etapas de la vida
Un día uno se levanta y ya no es el mismo. Ya no alardean los mismos hitos, sino otros. Ni tienen los deseos la misma genealogía. Cuando era más joven pensaba que eso de las etapas de la vida era un cuento que constantemente relataban las personas mayores para dar lecciones de vida. Y nunca creí en ello. Siempre pensé que sería todo como yo lo pensaba en ese momento. Creí que querría siempre cruzar todos los mares, lanzarme a todas las batallas, sin distinción ni criterio. Sin embargo, un día uno se levanta y ya no es el mismo. Cambian en él los deseos. Lucha con más intensidad por menos batallas y cruza los mares que realmente le merecen la pena. Pero lo que más cambia en uno después de ese día en que se levanta y ya no es el mismo es saber cómo distinguir claramente la realidad del deseo, y saber mejor cómo conjugar esa realidad y ese deseo o cómo hacer algunos deseos realidad y otros, por imposibles, dejarlos entre los hitos de la mitología. Y uno se sorprende a sí mismo con una cualidad que ya hubiese querido tener cuando era más joven, porque es capaz de sobrepasar la experiencia dolorosa con una calma ignominiosa. Es capaz de vivirla sin alardeos. Es capaz de no ocultársela con mecanismos de defensa psicológicos. Es capaz de navegar también el dolor, comprendiendo que forma parte de la vida humana, comprendiendo que convive con experiencias placenteras y que es natural que acabe por extinguirse. A fin de cuentas, que para vivir ciertas experiencias sólo es cuestión de espera y paciencia. Es decir, que lo que es, es, y lo que no es, no es.
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