2 jun 2014

Fragmentos mamíferos XXIII


La muerte 

Cuesta pensar que cada momento puede ser el último. En la vida propia es más sencillo obviarlo cuando no se tienen personas a cargo -hijos, padres enfermos, etc.-, porque en el momento en que muramos, nos dejará de importar todo. Pero con respecto a los demás, la muerte de una persona puede dejar una huella traumática demasiado complicada de superar. Porque uno comienza a plantearse esa lista infinita de "y si". Y si hubiera hecho aquello. Y si le hubiera dicho esto. Y si no hubiera hecho esto otro. Y la cabeza puede colapsar.
En el momento en que personalmente viví una muerte traumática acabé por alcanzar una sabiduría experiencial que podría ser recomendable. Cuando se esté con alguien amado, es necesario pensar al menos una vez que ese momento puede ser el último. Si se piensa demasiado uno acaba por atormentarse. Pero si se piensa al menos una vez es llevadero. Así, uno acaba por comportarse en base a tal premisa. Y se acaba por amar con más intensidad. El espacio mútuo se convierte en un espacio amoroso de halagos, caricias o abrazos.
Sí, pensar que la muerte ajena puede acontecer en cualquier instante lleva en cierta medida al hedonismo. 
Y también es sabio aprender a saber salvarse, salvar, perdonarse y perdonar.

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