6 ago 2007

Patinir


Durante estos meses, hasta el 7 de octubre, se puede visitar en el Museo del Prado la exposición dedicada al pintor flamenco Joachim Patinir, que vivió y produjo su obra durante el siglo XV.
El paseo por esas salas sugiere, atendiendo a los antecesores de Patinir y a los sucesores, una forma casi intuitiva de interpretar el porqué del surgimiento de ese tipo de pintura en Flandes. El Bosco, Bruegel -aunque casi ausentes por la intensidad de la obra de estos desde el punto de vista de la tradición, frente a la de Patinir- junto a este autor dan lugar, a través de una forma de pintar muy especial, cultivando el detalle, a tres grandes constelaciones que tratarían cada uno de ellos, y que surgen en el contexto histórico de la época.
En primer lugar, se pinta el paisaje, y casi, como en la pintura italiana se comenzaba a hacer, un retrato o una escena de personajes se convierte en una excusa para poder pintar ese paisaje. El paisaje flamenco de la época se distingue del italiano por ser un paisaje no sólo de naturaleza, sino de arquitectura y de costumbrismo. Así, Patinir, al fondo de cada una de sus escenas, normalmente justificadas por una lectura de la Biblia, hace aparecer una arquitectura creada por él mismo, y que, de ideal, podría pasar a ser real. Es una época, la moderna, en la que el poder del hombre sobre la naturaleza, como decía Francis Bacon, se hace a través del conocimiento, y, éste, se realiza a través de los instrumentos matemáticos de medida. Así, la arquitectura adquiere una vital importancia, y surgen grandes arquitectos en la época como Leon Battista Alberti.
En segundo lugar, comienzan a aparecer las miniaturas que hacen referencia a lo maravilloso, a la maravilla, a lo monstruoso. Los viajes de la ruta de la seda de Marco Polo habían sido realizados un siglo atrás, y habían proporcionado un imaginario inagotable sobre la alteridad. Y, en ellas, como en lo desconocido, se proyectan cada una de esas miniaturas maravillosas que hacen aparecer camellos, elefantes, pájaros tropicales, entre las maravillas, y personajes con cabezas y cuerpos que no se corresponden a una realidad común, y que, de nuevo, se proyectan en los desconocido, en esas tentaciones de San Antonio, motivo tan reiterado en la época.
En tercer lugar, aparecen, de escenas costumbristas, los nuevos personajes producidos por la época medieval, que son los mendicantes, a los que se les ha dedicado tanta literatura, y que son retratados, como parte del paisaje, por Patinir.
Una exposición que merece la pena ver con detenimiento, cual detectives con lupa, y que no tiene un momento de desperdicio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Son paisajes en la frontera de lo real, se adivinan en esa línea acuosa marcada por sus verdes azulados, perfectos, dibujando las escenas de una realidad imaginada y que aquí se transforma en paisaje necesario para una narración religiosa. La intención edificante, tan cercana a la imagineria de la mejor escuela flamenca, se ve acompañada de escenas que desde su quietud nos advierten de su carácter religioso. Otras veces, el motivo viaja en la dirección de pequeñas historias, inspiradas en aquellos relatos cercanos a la experiencia humana y que vienen interpretadas por motivos como las tentaciones de San Antonio o aquella bizarra geografía de acontecimientos que inspirarán al Bosco.
Como tú dices, todo es un pretexto para pintar esos paisajes perfectos, con esfumaturas sutiles, que nos dan un paisaje único, pintado desde la luz del norte, fría y distante. Quedan las arquitecturas de cristal, sugiriendo la otra orilla con la que siempre se consuela la vida humana.

NSN dijo...

Mil gracias por tus sabias palabras, Jarauta. ¡Eres tan conocedor de los caminos del arte! Gracias por brindarme y brindarnos la oportunidad de aprender de ti y de tus ideas.