3 ago 2011

Fragmentos luminosos LXV


Precipitar la esencia

"Lo esencial es invisible a los ojos", decía Saint-Exupérie en boca de El Principito. Y es que en un mundo de máscaras sociales, efectivamente, lo esencial es invisible a los ojos.
El ser humano, que por su naturaleza no está dotado de especiales rasgos que lo hagan distinguirse de la masa -ni plumas de diferentes colores, ni cuernos, ni cantos con melodías, etc,- construye de manera social-cultural una máscara con diferentes aspectos con los que se presenta ante el resto de seres humanos.
De entre estos enmascaramientos podríamos hablar de aquéllos que tienen que ver con la modificación del estado físico natural -maquillaje, perfumes, cortes de pelo diversos, vestimentas, y fetichización de todo lo que con la modificación del estado físico natural conlleva-.
Pero también podríamos hablar de los enmascaramientos conductuales. Como por ejemplo seguir los parámetros de lo normalizado o aceptado socialmente, pasar disimulado entre la masa o buscar formas de llamar la atención y destacar entre la masa.
Sean cuales sean los enmascaramientos físicos o conductuales, ambos son formas de ocultar la esencia de cada ser humano. Y es posible preguntarse, ¿por qué necesita el ser humano enmascarar su esencia? Sobre esto aludirán a múltiples teorías psicológicas. Una de ellas, que traeré a colación aquí, porque es rechazable desde mi punto de vista, es la que menta que el ser humano enmascara porque tiene algo que ocultar, y normalmente lo que se oculta no es lo positivo. Esta teoría, basada de nuevo en el arraigo católico cultural, parte de la base de que el ser humano en su esencia es perverso, negativo, no grato. Pero este punto de partida es un a priori que condiciona la teoría entera, es decir, que si partimos de esa base, todo el mundo desde el inicio está ocultando cosas negativas.

¿Por qué el ser humano enmascara su esencia? La explicación me parece más sencilla. Acérquense a un bebé recién nacido. Obsérvenlo. No tiene máscara alguna. Si acaso algún pequeño vestido que le pongamos para adornar. Es así. Natural. ¿Y cómo lo describirían? Posiblemente dirían muchísimas cosas bellas del bebé: bonito, pequeñito, blandito, suavecito. Ahora bien, si siguieran ahondando en la descripción probablemente acabarían diciendo que es esencialmente frágil. Sí, ahí está, su fragilidad natural es tal que no puede vivir sin la atención constante de un adulto que averigüe qué le pasa a cada momento.
Pues así somos los seres humanos, esencialmente frágiles. Frágiles porque vivimos en un mundo complejo que en múltiples ocasiones no entendemos. Frágiles porque vivimos desnudos ante las cosas que nos rodean, que pasan demasiado rápido y para las que necesitamos un tiempo de digestión. Frágiles porque entendemos en base a ideas y conceptos que se inadecúan en ocasiones a los sucesos, emociones y sentimientos. 
Y esa fragilidad es la que enmascaramos, para que no se perciba. O quizás incluso porque no queremos reconocernos a nosotros mismos esa fragilidad. 

Como lo esencial es invisible, pues, a los ojos, aludan a lo esencial frente a sus congéneres. Siempre con delicadeza, busquen desenmascararlos, porque en el momento en que se siente la fragilidad ajena y se cuida, mima y arrulla, el otro llega a sentirse más amparado en un mundo complejo -a no ser que no quiera reconocerse a sí mismo esa fragilidad esencial, con lo que no se dejará ser cuidado-. Igualmente, ábranse al otro en esencia. Ante tal hecho observarán dos reacciones, los que cuidan, miman y arrullan su fragilidad esencial, y los que ante la fragilidad huyen despavoridos no sin antes dar algún golpe. 

Por tanto, precipitar velozmente la búsqueda de la esencia del otro, y la muestra de la propia esencia es un criterio básico para saber hacia qué seres humanos podemos tender de forma incondicional y de cuáles no cabe más que evitar el contacto.

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