7 sept 2010

Fragmentos digeridos IV

La Niña

En la vida relacional entre seres humanos existen algo más que palabras, razones, o cosas perceptibles por los sentidos que poseemos. ¿Química orgánica? Quizás sea apropiado descanonizar la respuesta con un silencio.

¡Oh!, el primer silencio que evidenció los límites de la forma explicativa humana nació de la interacción no dialogada entre dos personas que se entendían.


Una niña ya con arrugas. Un parque. La niña con arrugas hablaba por teléfono en uno de sus paseos biográficos por la ciudad de Murcia. Vivía ese instante tensada por la felicidad de regresar y la melancolía de haber perdido tantos espacios. Aquella tienda en ruinas. La calle que hicieron peatonal. Un tranvía con perfil de alta velocidad. Y, sobre todo, aquellas fraternidades que ya no estaban. ¡Maldita fortuna que las había hecho cambiar de lugar geográfico!

La niña con arrugas regresaba después de un largo tiempo fuera. Había hecho de todo por disimular esa tensión esencial que la llevaba al miedo a su futura acción en el origen, incluso se había hecho recortar el pelo como un bufón.

En realidad no le quedaba origen, porque el lugar del que partió ya no estaba. La niña con arrugas seguía yendo a su cole. Seguía viviendo en una casita de muñecas. Seguía leyendo en sus noches de invierno, pintando en sus tardes estivales, literaturizando su día a día y llenándose de curiosidades. La única diferencia es que la tortuguita Carlota había desaparecido. Y eso, sólo eso, hacía que su origen no fuese el mismo. Ahora tenía que crear un nuevo origen de 0.

En el parque la niña con arrugas llamó a otro niño mucho más niño y encantador y con muchas más arrugas. Quería narrarle la sensación de su regreso.

En ese instante apareció María. María era también una niña. Estaba jugando con un muñeco en el parque. Brotó como de la nada. Se quedó mirando fijamente a la niña con arrugas que hablaba por teléfono. Sus ojos eran de atención y sorpresa. La niña con arrugas hablaba con el humor característico de su tensión esencial. Cuanto más humor utilizaba, María se acercaba más. Y María estuvo tan cerca que se sentó al lado de la niña con arrugas.

La niña con arrugas precipitó la despedida al teléfono. ¿Quién era la niña sentada a su lado? Se llamaba María, dijo. En breve empezaría el cole, dijo. Y la niña con arrugas dijo su nombre. Entonces comprendió todo. María vino así porque pudo percibir ese silencio de la química orgánica.

Y a la niña con arrugas nació un impulso de amor nunca antes vivido. Quería viajar con María lejos, llevarla de la mano al lugar que la hiciera feliz, jugar con ella a los indios y vaqueros, más tarde hablarle de Sócrates mientras escuchaba los relatos pasionales de la juventud de María, verla crecer, y observarla, así, irse lejos, allá en el horizonte, con su capa de guerrera sabiéndola libre, sana, autónoma, independiente.

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