¿Lector-individuo versus autoritarismo?
Alberto Manguel, en Una historia de la lectura, nos recordó cómo San Ambrosio, dentro de la tradición occidental, se convirtió en el primer lector silencioso. El espacio íntimo e individual de la lectura no había tenido precedente.
Si reflexionamos sobre tal hecho, es necesario, para que alguien se decida a defender un espacio de silencio para la lectura, que exista una noción de subjetividad. Yo me separo del exterior para ser uno con el libro.
Y, es más, si piensan bien, quizás puedan llegar a la conclusión de que pudo ser esa posibilidad de la lectura privada silenciosa la que abriese el camino a la libre interpretación de los textos sagrados propuesta por Lutero siglos después.
Si ustedes se preguntan, quizás me permitan establecer este binomio: la lucha luterano-calvinista contra el catolicismo no era más que una afrenta entre la libertad (silencio) y la ortodoxia institucional de la Iglesia (ruido).
El yo se afirma en el silencio. En esa intimidad de San Ambrosio frente a su libro, en la privacidad del pensamiento no distorsionado por melodías externas. Sobre tal hecho, por otro lado, han desarrollado grandes espacios urbanísticos las filosofías orientales a través de, por ejemplo, los templos dedicados al sintoísmo.
El yo se diluye en el ruido. Con distorsiones externas, el sujeto no es capaz de pensar. Si observan ustedes bien lo que les rodea, toda filosofía que trata de ser unificadora y unitaria actúa en el sujeto con constante ruido. Las dictaduras no son más que la constante presencia de la imagen y la propaganda del dictador desde el espacio público al privado. Las religiones autoritarias e impositoras de una moral única -como pueden ser el Cristianismo o el Islam- introducen de nuevo desde el espacio público al privado, a través del ruido, la constante presencia del Dios vigilante que recuerda al sujeto que no es más que su súbdito -quién no escucha las campanas de las Iglesias o las llamadas al rezo del mu'aizin en los países musulmanes-.
Es más, fíjense, incluso, en su lugar de trabajo. Hagan un poco de antropología social. Si trabajan con más personas, observen de entre ellos a los que forman esos corrillos de gallináceos autoritarios que no paran de hablar para atentar contra la libertad individual a través de un pensamiento único en el que no se manifiesta su subjetividad.
Sin embargo, con la llegada de la lectura en silencio y la proclama de la libertad, se abrió el camino para el fin de la lectura pública en voz alta. En ocasiones uno acaba por echar de menos esos cuentacuentos que, en los países árabes, todavía luchan por dar sentido a su profesión.
Aquel espacio del ágora. La entonación sentimental del lector de su escrito lleva a la conmoción o catarsis del público.
Quizás deberíamos pensar en dar un poco más de posibilidad a la voz del otro a través de un escrito, mientras se nos dé libertad subjetiva para interpretar sus palabras, para conmocionarnos, o incluso para llorar de pena o alegría en público.
No hay comentarios:
Publicar un comentario