17 abr 2011

Fragmentos luminosos XXVII


Murcia en Azul Yale

NO poder tenerte, dama de ojos cóncavos. Clamar a la despedida no sin antes observarte, desde allí arriba, cerquita de donde habitan los ángeles. Recorrerte, acariciarte, dar mi piel, mi vida, mis huesos, el azúcar que me falte al instante de la ofrenda en la danza final. NO podré olvidarte. Nunca podrás recordarme. Piedra de barranco de fuego de entrañas. Adiós. Gracias porque tu camino me hizo tender más hacia el Espíritu. No hay tragedia cuando el dolor se vive como parte de la vida. Ni una lágrima rodeará mi pómulo por tu ausencia. ¿Vitalismo nietzscheano? ¿Hedonismo epicúreo? Sólo recitarte este Rilke:

¿No es ya tiempo que al amar 
nos liberemos del objeto amado y, vibrando airosos, 
nos mantengamos como la flecha que, tensa en el arco,
reúne el impulso que la hará superior a sí misma? Pues no hay
un detenerse en parte alguna.

[Primera elegía de Duino]

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