2 abr 2011

Fragmentos luminosos XX


Lo que hay en una mirada

A la fraternidad madrileña

Lo que hay en una mirada es el mundo entrelazado de sujeto y sociedad, de experiencia personal y cultura. No es posible, por ejemplo, alcanzar a hacer relativo el punto de vista personal, cuando ni se ha vivido educado en la libertad, ni se ha hecho cópula de la experiencia personal con la inmersión en otras sociedades. Tampoco es posible pretender que quien ejerce la argumentación crítica desde la libertad social acabe por hacer absoluta una única mirada política, religiosa o sentimental.
Por mucho que se pretenda, ni se puede hacer del agua encerrada en una botella de cristal un líquido libre, como el del océano. Ni se puede encerrar el agua del océano en una botella de cristal. Cualquiera de las dos dejaría de ser lo que es para ser lo que no es.
Sin embargo, tal perspectiva no contemplaría el cambio. Quedaríamos encerrados en la filosofía de Parménides, para no contemplar la de Heráclito. Según tal condición, deberíamos pensar que cualquier persona podría acabar por ser algo que no es, dejando de ser lo que es. El preso de conceptos y prejuicios, podría hacerse libre. Y el libre podría hacerse un prisionero. E incluso ambos podrían devenir ex-presidiarios o ex-libertarios.
El cambio existe en tanto que somos seres orgánicos. Nos nacen y se nos mueren trocitos de ser a cada segundo. Somos conscientes de ello, tanto a nivel personal como colectivo.
Ahora bien, el cambio es un camino personal recorrido por cada individuo al llenarse, imbuirse y beber experiencia. Es más, no es algo que pueda ser ni pretendido ni dirigido. Es decir, yo no puedo decidir ni poner las reglas para convertirme en un ser más o menos sentimental, más o menos racional, más o menos intuitivo, etc. Ni por ende los demás pueden dirigir el cambio personal de cada sujeto.
Pero, en ocasiones, la dirección del cambio del otro es la lógica de base del 90% de las relaciones humanas, especialmente las sentimentales. Sin ni siquiera contemplarse el hecho fehaciente de que cuando una persona se introduce en el corazón, se va produciendo un enorme cambio en el sujeto, que tiene su ritmo, su tiempo, su experiencia y su ámbito cultural. Quizás por esa razón ese 90% de relaciones precipiten el final, y de forma trágica, ya que no se considera lo que hay en la mirada del otro por ninguna de las dos partes. Es decir, se pretende dirigir un cambio que, por la lógica anárquica intrínseca al cambio, inesperadamente se transforma en lo que no deseábamos. El otro 10% lo componen las personas libres que establecen relaciones sanas.
Si pretendiésemos más el respeto mútuo que el control. Si pretendiésemos más la confianza que la desconfianza. Si pretendiésemos más, desde el juicio estético puro kantiano, el seguir amando al ser que nos enamoró, sin proyectar lo que quisiéramos que fuese para nosotros, no se gastaría tanto en pañuelos, dolor y psicólogos en estas sociedades basadas, en la mayor parte de sus ámbitos, en la constante formación de filas para la batalla.
Fortuna que existís, 10% de seres de PAZ y LUZ.

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