El deseo
Carpe Diem o, como dice el refranero, que nos quiten lo bailao
No suelo pensar en lo que no fue. Tampoco en lo que no es. Ni en lo que probablemente no será. ¿Y qué hay del deseo? El deseo proyecta cosas, algunas de las cuales no fueron, no son, y probablemente no serán.
Sencillamente creo que deberíamos brindar un viento de ligereza al deseo. El peso de la tragedia lo introducimos en su lógica de funcionamiento. Es cultural. De ahí la represión del mismo. "No desear, para no frustrarse". A un impulso positivo, motor infinito de actos, como es el deseo, se le brindan connotaciones negativas: la posibilidad de la no consecución. Y sobre esto la sociedad construye toda una superestructura de normas para regir el deseo. Pero se olvidan dos ámbitos maravillosos del mismo. El primero, lo que se hace hecho. El segundo, el habitar constante en la lógica del deseo nos hace seguir vivos, en tanto que el ser humano, en su naturaleza, es un ser de ensoñación.
Díganme, ¿no es el deseo de vivir el que mueve a una persona a luchar contra un cáncer? ¿No es el deseo de amar lo que hace a una persona concebir un hijo? ¿O el deseo de eternidad lo que conduce a escribir los ríos de palabras de la historia de la literatura?
Si dejásemos de reprimir el deseo, no existiría la frustración, porque vivir instalados en la lógica constante del mismo implica, primero, poder valorar lo que fue, lo que es y lo que probablemente será, así como tener conciencia de que lo que no fue, no es y no será no tienen valor, porque seguir deseando implica que ciertas cosas acabarán por haber sido y por ser o continuar siendo.
4 comentarios:
Sí, Nieves. Como tú misma dices, llegará un día en que "las cosas acabarán por haber sido" y ahí radica, en mi opinión, la clave del problema que se plantea, una y otra vez, en toda vida humana: el dilema entre el rechazo o la aceptación del deseo porque todo deseo, incluso el que se realiza con éxito, acaba produciendo dolor al acabarse y, por eso, a veces huimos del deseo como del dolor, porque tenemos la certeza de que, antes o después acabará. Ahora bien, posiblemente, ha sido Nietzsche el que mejor ha resuelto el dilema: si amas la vida realmente, viene a decirnos, amarás la finitud de las cosas y, en ese sentido, estarás dispuesto al dolor de la pérdida o el fracaso con tal de saborear el placer, aunque sólo sea una vez.
¡Cuánta razón!
Adoro ese Nietzsche, ¡sí! La vida es para vivirla y amarla. Y sólo se puede amarse desde la conciencia de la finitud y de la sucesión de finitudes hasta la muerte. En realidad el ámbito del fracaso se lo damos nosotros interpretativamente, porque que yo sepa vivir es ir cada vez acumulando más experiencia. Y eso nunca es un fracaso.
¡Gracias, Katanita!
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