28 jun 2007

Jordi el Tucán Barceloní


En el último viaje a l'Hospitalet de Llobregat, el Tucán de Bellvitge vino con un amigo, Jordi, el Tucán barceloní que luchaba en contra de hacer la lengua catalana, su lengua, un arma de intereses políticos. Me cité con ellos, ya sabiendo que iban a venir, en el mismo bar que el otro día, al lado de la inmensa frutería en el que se pueden encontrar esas maravillosas frutas que desprenden perfumes deliciosos por un precio razonable. En realidad, existen lugares, como en todas las grandes ciudades, donde se puede comer muy bien por precios muy baratos. Tan sólo hay que tener el gps culinario de la vida para encontrarlos.
Allí estaban ya esperándome. El Tucán de Bellvitge llevaba, aparte del plumero sobre la cabeza, un plato pequeño rojo enganchado en la uña de una pata. Y de vez en cuando, en la conversación, se lo llevaba cerca de la boca para picotearlo un poco. Me dijo que lo llevaba como forma de descargar los nervios, ya que, para hacer la revolución, no hay que concentrar la furia en el momento que viene y abrirle paso libre, sino que hay que canalizarla hasta que llegue el momento de dar el buen golpe. Sí, el gran golpe vendría mientras se haría el examen de oposición.
Jordi, el Tucán Barceloní, era gris completamente, salvo en la cola, donde dejaba entrever un pequeño grupo de plumas rojas. Él llevaba siempre una campana gris, que le había robado a un señorito de la antigua usanza, quien la utilizaba para llamar a su mayordomo, y Jordi, el Tucán Barceloní, la utilizaba para avisar de cuándo había que atacar a los normalizadores de la lengua, como protesta de una violación de la integridad de la misma lengua (eso decía, y yo, mientras me lo contaba, me sentía identificada con él, aunque sea una lagartija).
Estuvimos tomando un café juntos, y curiosamente tuvimos una conversación muy interesante. Jordi, el Tucán Barceloní, empezó a hablar del Yo. Decía, en su discurso, que había algunas personas en el mundo que utilizaban la palabra Yo muy a menudo, más bien siempre, para referirse a lo que en realidad, según Sartre y todo el individualismo, constituye el centro del universo, ese Yo de cada uno que es el único sujeto, mientras los demás son objetos, reconocidos como posibles sujetos, que hacen la danza y el paripé del mundo en torno al sujeto. Este Sartre no supo ni una palabra de lo que significaba lo social, por mucho que dijera que su existencialismo era un humanismo. Toda filosofía que no es capaz de pensar lo social, lo común, la polis o el ámbito de la política, está perdida, no sirve para nada, tan sólo para lamentarse y utilizar la palabra Yo de manera constante, ametrallando la paciencia de los interlocutores, que a fin de cuentas son esos personajes que hacen la danza y el paripé en torno al sujeto que habla. No es una filosofía de la acción, sino de la pasión (en el sentido de pasividad). Jordi, el Tucán Barceloní, decía que dos son los grandes prototipos de personas que desayunan, toman el aperitivo, comen, meriendan, cenan y se toman la leche antes de dormir con su propio Yo: la persona que se lamenta constantemente por un hecho de su vida, o varios, haciendo y creando a su alrededor un sentimiento de compasión, lástima, etc., en vez de coger las riendas de las situaciones y mirar a su alrededor, para saber cómo vive otra gente. Y la persona que mira de manera objetual a las demás personas, normalmente, o de manera más evidente, en un ámbito de la sexualidad, situándose en una situación de poder, objetualizando, y de nuevo desayunando con el propio Yo. De este último caso, es curioso cómo en un largo recorrido de tren pueden conocerse, sin hablar, a las personas (sin hablar de géneros), porque siempre están las personas que miran así a las demás, y las que no. Y a mí (y excusen este mentar el yo), aunque sea una lagartija, como a Jordi el Tucán Barceloní, me crean una atracción, una empatía, y una ternura inefable las personas que no miran como objetos a los demás, porque en esa actitud están mostrando una ética, están mostrando que piensan lo social, lo común, la polis, lo político.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermoso comentario, Nieves. Quizás sea lo único positivo de unas oposiciones: que también pueden inspirar hermosos pensamientos, y que estos ayudan a mantener viva la llama de la solidaridad en un mundo cada vez más egoísta y pobre en lo social. Tus palabras demuestran que no todo está perdido. Animos con los exámenes Lagartijilla, y cuídate mucho

Juan Carlos

Anónimo dijo...

La ruta de los Tucanes se va tejiendo de encuentros que pasan por el camino de Bellvitge en tus idas y venidas a Barcelona. Ahora es Jordi, el nuevo Tucán filósofo, que sale al paso y aprovecha tu presencia para comentarte al hilo de sus viajes y experiencias todo aquello que piensa de la vida, de sus fantasmas, del yo como realidad central de tantos discursos, obsesiones y otras manías. Y en su lugar sus ideas sobre la construcción de la sociedad, los otros, ese cinturón que recorre las periferias y en las que otras fronteras crecen y separan.
Me emociona leerte y volver a encontrar en tus palabras, ahora ya no sé si eres tú o Jordi, el Tucán filósofo de Bellvitge, esa reflexión marcada por una relación ética con el conocimiento y la vida. Te felicito!

NSN dijo...

Juan Carlos, todo en la vida habla de esa solidaridad, en todos los lugares encontramos Tucanes, y en todos encontramos personas maravillosas. Así es la vida, abrimos los ojos a ella. Mil gracias por tu comentario.

NSN dijo...

Gracias, Jarauta, por tus palabras. Ya sabemos cuántos fantasmas crea el Yo, ya sabemos cuán enorme puede ser su ausencia de eticidad. Jordi, el Tucán de Bellevitge, Tucán y la lagartija somos todos nosotros.