17 may 2011

Historias para Minerva III


Lola la Calamara un día, tratando de salir a flote, vio una ciudad inmensa llena de monumentos ordenados construir por un tal Carlos III. ¡Qué curioso que algunas personas pusieran números tan ordinales junto a sus nombres! -pensó Lola-. Vio tal ciudad y sintió que la experiencia de vivirla sería larga, así que decidió cogerse un apartahotel en el que alojarse, con una inmensa cocina para poder asarse sus carnecitas y hacerse sus sandwichs tostados con jamón de York y queso de huntar. ¡Uhm! Salió a flote y leyó: Aparto Suites Muralto.
Arte, cuadros, museos, algún pinchazo, un parque del Oeste, ¡anda!, ¡hasta una clínica! Todo parecía inmensamente bello en la ciudad gris y roja. Sí, Madrid era la ciudad gris y roja porque quizás casi todos los edificios eran de esos colores, o al menos ahora los veía así Lola la Calamara. 
Lola la Calamara cada día en esa ciudad tenía un nuevo amigo. Hoy conoció a la Hipófisis marina. La Hipófisis marina tenía un solo ojo y estaba atravesada por un nervio nervioso. Cualquiera que la veía desde fuera salía corriendo. Su naturaleza la había hecho así de fea y monstruosa, pero su corazón era de flor, de rosa y de azucena, y sus hormonas perfumaban como el azahar. La Hipófisis marina podía nadar muy bien en líquidos grises cerebrales, y le encantaba comerse todo el azúcar del mundo. Así, Lola la Calamara le compró 35 por 10 elevado a 38 pasteles para que fuese feliz y no le mordiese. Sólo cuando la Hipófisis marina estaba bien alimentada se la podía coger de la mano, acariciarla, y se podían tener unas conversaciones ilustradas con ella, tan ilustradas como el Madrid de ese ordinal III Carlos.

2 comentarios:

Julia Gallego i Pérez dijo...

Minerva va a aprender mucho con estas bonitas historias, pero mientras también lo hacemos los que te leemos.

NSN dijo...

Gracias, Katanita. Espero que Minerva disfrute con las historias, aunque a veces haya monstruitos, como en la vida misma.