12 oct 2011

Historias para Minerva XV

 
Minerva y su piscina de colores

Hoy soñé contigo, mi pequeña Minerva. Estabas con tu mami y tus abuelos en la antigua casa que teníamos en la playa, frente al mar, en un pueblecito cerca de Campoamor. Parecíais estar viviendo todos esos bellos momentos que allí vivimos tu madre y yo cuando éramos pequeñas. ¡Cuántos juegos y travesuras hicimos en esas tierras! Desde la casa de madera que construimos en una higuera -en la que más que otra cosa, acabábamos con las manos y las piernas llenas de astillas-, hasta los largas exploraciones en bicicleta lanzándonos alocadas por las inmensas cuestas de los terrenos. Comprendías cómo tu madre y yo nos queremos tanto, y nos llamamos mucho más que hermanas. Porque tú lo estabas viviendo.
Me esperábais. Yo llegaba desde Elche. Mi vehículo era una piscina Toy hinchable llena de agua y con ruedas. Tenía que atravesar una autovía con mucho tráfico de coches último modelo con carcasas de hierro muy fuertes. Sin embargo, mi piscina era imbatible, porque era flexible -o al menos así lo pensaba yo-. Llegando a la casa de la playa, comenzó a perseguirme un camión gigante. Pero mi piscina Toy hinchable corría más que él. Llegados a un punto, apareció la inmensa cuesta del pueblecito por la que tantas veces tu mami y yo nos hemos lanzado sin miedo con la bicicleta. Frente a tal cuesta, sentí mucho miedo. Pero el camión me perseguía, y yo tenía que llegar a ti. Así que me lancé como una posesa sin pensarlo dos veces. Y comencé a sentir esa sensación de vacío en el estómago. Como cuando uno se lanza al vacío. Esa sensación que parece mostrar tu cara cuando te cogemos y no sientes la seguridad de los brazos aferrados y piensas que vas a caerte. Sin embargo, la sensación se convirtió en un placer inmenso. Me estaba precipitando, podía morir, pero sentía la calma de que, si moría, al menos lo habría hecho luchando por llegar a verte.
Atravesé la cuesta. El camión quedó atrás rezagado. Sabía que justo después de la cuesta estaba nuestra casa. Aparqué la piscina Toy hinchable, despeinada. Y llegué a la terraza frente al mar. 
Allí estábais, tu mami, los abuelitos y los viejos vecinos de la finca. Tú tenías 4 años. Cuando abrí la verja, viniste corriendo hacia mí. "¡Tía!", gritabas llena de emoción. "Ven y juega conmigo". Me cogiste de la mano y me llevaste a la otra terraza. 
Allí estaba tu piscina Toy hinchable, como la mía con ruedas, llena de agua de colores y pinturas. "¿Nos damos un baño, por fa?" -me dijiste-. Nos desnudamos, sin bañador, con la máxima libertad de la naturaleza infantil, y comenzamos a chapotear en el agua de colores vivos hasta que nuestras pieles se convirtieron en hermosos cuadros. Entonces te acercaste a mí, con tus dedos, y me dijiste. "¡Espera, tía! Te falta más rojo". Pusiste tu mano donde está mi corazón y me lo pintaste de un rojo carmesí intenso. Tuve la sensación de que mi corazón volvía a latir lleno de un amor único.
¡Qué hermoso sueño, Minerva!

2 comentarios:

Julia dijo...

Hermoso, tanto que se me saltaron las lágrimas queriendo recorrer de nuevo aquellas cuestas con las manos llenas de cemento, astillas y restos de malacatones con el cuerpo desnudo teñido todo enterito de rojo. Gracias amiga, digo, hermana, digo, alma gemela, digo complemento, digo tia, digo.... en fin, que mas da.

NSN dijo...

: Te quiero.