Loa a las mujeres extremamente educadas
Adoro sentarme en las conferencias a las que asisto en soledad al lado de alguna mujer solitaria de unos cincuenta años luminosa que ya esté sentada. Avanzarla con delicadeza, saludarla con un “Buenas tardes, ¿cómo le va?”. Quitarme la gabardina, plegarla por la parte interior, sacar mi cuaderno de notas, observar cómo mueve las manos, y comenzar a preguntarle hablándole de Usted. Adoro cuando me responden también de Usted, y cuando llega el instante en el que ambas mostramos una extrema educación con respecto al Otro. Adoro que comiencen a contarme de Usted sus vivencias, y cómo expresan la caída de sus ojos ante ciertos momentos que hablan de sus heridas. Esas mujeres cortadas por el rayo de la Revolución y la Resistencia. Adoro sentir cómo llegan sus perfumes cuando se mueven, porque siempre perfuman bien. Adoro escuchar la conferencia con esa compañía azarosa y ya silenciosa. Y adoro que al final del trazado de coincidencias nos despidamos con un “Encantada de conocerla”, y ofrecer mi mano como cordial despedida. ¡Qué inmensa sensación de sensualidad!
En el fondo debería haber nacido hombre decimonónico.
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