Pulmón infantil vs. Corazón de hierro
Una de las cosas que más me aterra de la vida adulta es el miedo a dejarse sentir. Dejarse sentir es ser irracional y, por tanto, no controlar. La vida adulta se construye en base al deseo de control, de previsión de cada situación, de cada comportamiento. Es una sostenida calma que quizás en un mundo cambiante e imprevisible pueda llegar a ser en un momento determinado como un paraíso. Sin embargo, no es más que un constructo que nos aisla de los estímulos del exterior, es decir, nos centra en un yo solipsista cerrado al aprendizaje. Esa es una de las diferencias básicas entre el niño y el adulto. El niño está abierto al mundo. No le importa caerse y herirse con tal de vivir y aprender. El adulto, sin embargo, de la vivencia solo piensa no ya en la herida, sino en la posibilidad remota de existencia de la misma. Y la herida se hace como un fantasma gigante que le invade y no le deja correr libre a intentar cazar mariposas en un campo de piedras recorrido con la fuerte y frágil bicicleta de su cuerpo.
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