16 ene 2011

Fragmentos digeridos LXXXIV


¿Es la niebla el estado de la ignorancia?

Cuando la niebla llega a una ciudad en la que no es común vivir nublados, uno comienza a preguntarse sobre la visibilidad.
La reflexión sobre la luz y la sombra es un hito histórico en el pensamiento. Grandiosos y grandilocuentes aquellos párrafos del Libro VII de la República en los que Platón instaba a mirar hacia el Sol de las ideas. Desafortunados aquellos, no filósofos, que seguían viviendo dentro de la caverna entre las sombras. A partir de entonces, la historia de las ideas de Occidente se ha convertido en una lucha incesante por mirar hacia la luz.
Es más, distopías sobre la visibilidad, de fuente platónica, han existido no pocas. Es de recibo no olvidar ese lapso de tiempo durante el que la ceguera convirtió la ciudad de José Saramago en el espacio sin ley, en el estado de excepción donde los ciudadanos vivían no en el ámbito de a-moralidad, sino en el de in-moralidad con respecto a lo pactado por el bien común. ¡Adiós a Rousseau! ¡Adiós a Hobbes!
¿Es la ceguera no sólo un estado de ignorancia, sino de enfermedad? ¿Deben vivir los ciegos encerrados en un manicomio, como en la ciudad de Saramago, para no contagiar con la sombra al resto de los ciudadanos? ¿Es el estado sombrío contagioso?
Pensar, parece ser, procede de la claridad de ideas. Ahora bien, cabe preguntarse seguidamente ¿la claridad de ideas procede siempre de la luz?
Cuando contestemos a esta pregunta de forma crítica se abrirá la puerta a una nueva forma de proceder. Si el pensamiento deriva de la claridad de ideas, ¿qué hay de todos aquellos pensadores que, desde la confusión, se abrieron a puntos de vista novedosos? ¿Es el Diderot de El sueño de D'Alembert un ciego enfermo? ¿Lo fue el Marqués de Sade en su Justine o los infortunios de la Virtud? ¿O el Goethe del Fausto? ¿O el Michel Foucault de La Historia de la Locura en la Época Clásica?
En el siglo XVIII existieron dos modelos de planteamiento del jardín público y de recreo. El modelo anglosajón, en el que el jardín procedía del jardinero, cuya tarea era plantar la flora, y dejarla crecer a su libre albedrío. Y el modelo francés, en el que era tarea consuetudinaria del jardinero velar porque los brotes se adecuaran a la forma preconcebida del jardín, eliminando así todo lo accesorio.
La historia del pensamiento no es más que el reflejo de tal dualidad paradisíaca del urbanismo del parque. Un constante tratar de encuadrar sobre catálogos y conceptos lo que nos rodea. Y una constante lucha por explicar las razones intrínsecas del nacimiento de un brote allí donde no había sido concebido. Quizás podríamos apostar por dejar ser lo que es, y estar lo que está. Porque es el estado sombrío el que también lleva a una clarificación de la esencia humana.

2 comentarios:

Francisco Jarauta dijo...

¡Qué bello fragmento, Nieves!
Cómo se asoma tu alma al tiempo...

NSN dijo...

Gracias, maestro.