A Cristina A. G.
Desde un pabellón nórdico
Desde un pabellón nórdico
María y la arquitectura sentimental
María nació mujer. Cada mañana desde que abrió los ojos al mundo con su conciencia observaba los comportamientos de los demás. María entendía y no entendía nada de lo que ocurría a su alrededor.
Tenía 17 años y comenzaba a forjar su personalidad. Sabía que ella era María y que era mujer. Todavía no sabía cómo, ni cuándo, ni dónde, ni qué hacer, pero sabía que era María y que era mujer.
Por primera vez lo supo cuando se dio cuenta de su primera emoción. A María le gustaba Daniel. Lo sintió desde la vez que pasó a su lado y su perfume de Eau Sauvage se quedó grabado en su cuerpo. Ya no era más que María en el recuerdo de un perfume. Sin embargo, cada vez que Daniel pasaba a su lado, se avergonzaba. Su sentimiento de amor le hacía tornarse rosada y salir disparada hacia el lado contrario del que se acercaba Daniel.
Grandes palabras para un corazón inmenso.
María entendía y no entendía nada de lo que ocurría en su interior. Daniel pasó y llegó Fernando. A Fernando, María dio su primer beso de amor. El sexo, el deseo, se abrieron paso a la biografía sentimental de María. ¡Qué gran descrubrimiento para un corazón inmenso! María descubrió el orgasmo, los orgasmos, descubrió la navegación hasta los confines del amor. Le gustaba escuchar canciones de Madeleine Péroux mientras navegaba las infinitas geografías del deseo.
Pasaron los años mientras María descubría con Fernando que era una persona y que era mujer. Llegaron épocas de responsabilidades. El deseo no era suficiente. Éste debía ser gestionado con una gran cantidad de normas que pautaba una sociedad. María amaba a Fernando. Fernando amaba a María. No sabía cómo, ni por qué, pero María sintió por primera vez la herida. Sentía un dolor inmenso que iba más allá del amor que Fernando mostraba sentir por ella. El deseo, sí, en la persona de María como mujer comenzó a pasar por una serie de condiciones sin las cuales el amor no era posible, porque no se concretaba en forma alguna.
Ya no sólo bastaba sentir. Ya no sólo bastaba la emoción. María era persona y mujer, y deseaba levantarse y desayunar con Fernando. Entristecerse y sentir cerca a Fernando. Alegrarse y sentir a Fernando. Cabrearse con Fernando y buscar pautas de solución. Pensar en viajes juntos. Vivir la anarquía con Fernando. Querer a Fernando y todo lo que a Fernando rodeaba. Los amigos de Fernando, las pasiones de Fernando. Dejar ese libro debajo de la almohada para que Fernando lo lea y descubra las pasiones de María, etc. ¡Qué más daba!
María había aprendido que querer es también un aprendizaje.
María se levantó un día y decidió construir. El amor es como la arquitectura.
Mi corazón es una caja -pensó-. Esa caja está cerrada con una llave que guardaré en la garganta. La llave será inaccesible hasta que un beso de amor con todos los requisitos -X, Y, Z- la haga salir hacia el paladar. Y más tarde hacia la lengua, hasta que llegue el día en que despierte y mi sonrisa guarde ese brillo metálico. En ese momento podré ofrecerla a la persona amable -digna de ser amada-. Si la sonrisa de la persona guarda el brillo metálico de la llave de su caja de corazón, será el instante en que el momento casi místico se produzca. El amor brota concretándose en una serie de caminos de realidad. De lo contrario, la llave seguirá en la garganta, que es su lugar natural para gritar desde la tensión esencial del deseo ya definida por el Romanticismo.
2 comentarios:
Eres increiblemente maravillosa!
Creo que con tus palabras has acercado un poquito más la llave hacia el exterior...
¿Se acercó más al exterior? Tendré que seguir utilizando palabras y lenguaje. Ahora voy a empezar tu retrato.
De todos modos, sabes que todo esto vive en mí.
Mi llave está en la boca.
Si alguna vez la tuya también, sólo tienes que hacerme sonreír para verla y nos las intercambiamos. En realidad es un juego precioso...
Mientras tanto, mi llave sigue ahí.
Besos y vuelos a los miles de kilómetros.
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