3 jun 2011

Fragmentos luminosos ILVII


Dejarse

Si uno observa que "Dejarse hacer", "Dejarse ayudar" y "Dejarse llevar por otros" son tres de los pilares de los que carece la educación en nuestra cultura, se pregunta qué condiciones históricas han dado lugar a tales parámetros.
Desde el punto de vista natural, la colaboración y la asunción de roles de especialización es algo rentable. De hecho, el pacto de supervivencia de la sociedad humana se basa en estos dos preceptos. El trabajo no es más que ofrecer a la sociedad lo que se sabe hacer, a cambio de disfrutar de lo que saben hacer otros. Uno, por ejemplo, enseña porque sabe transmitir conocimientos y tratar con niños y adolescentes. Y al salir del trabajo arranca su coche, que compró fabricado en manos de aquellos que saben.

Cada día, por tanto, y a cada instante, asumimos de forma inconsciente ese "Dejarse hacer", "Dejarse ayudar" y "Dejarse llevar por otros", porque simplemente el gesto de ir a la panadería a comprar pan integral implica todo ello. Yo me dejo hacer el pan, me dejo ayudar para completar mi dieta alimenticia por quien sabe hacerlo y me dejo llevar por el estilo de quien fabrica ese pan que me como, acabando, incluso, por apreciar su forma personal de hacerlo.

Ahora bien, si ese gesto lo hacemos consciente, es decir, lo verbalizamos, probablemente recibiríamos respuestas negativas por parte de la mayoría de la población de nuestra sociedad. Es decir, si el panadero me dijese al entrar en la panadería "déjeme que le haga el pan", "déjeme que le ayude a completar su dieta alimenticia" o "déjese llevar por mi estilo de hacer el pan", con alta probabilidad no volvería más.

Es curioso que el gesto de humanidad que sería el del panadero verbalizando todo ello desaparezca en las sociedades cada vez más inmensas, devoradoras y anónimas. A fin de cuentas, la mayor parte de nosotros no volvería más a la panadería por simple desconfianza. Nos resultaría extraño que una persona, porque sí, nos quisiera hacer y ayudar. No nos dejaríamos llevar por ello. Es más, si ofreciese su servicio a cambio de nada, con alta probabilidad huiríamos antes de coger ni siquiera la barra, porque pensaríamos que otro interés se encuentra oculto en el corazón del panadero.

Para eso se ha creado el dinero. ¿O quizás la creación espontánea o azarosa del dinero es lo que ha llevado a tal desconfianza, y por tanto a tal educación en la que se asocia la independencia con el individualismo más atroz? Ahí es donde está la cuestión, desde mi punto de vista. La mediación anónima de esas monedas y billetes que llevamos en cualquier monedero de adulto que se precie hace que nosotros a fin de cuentas nos dejemos hacer, ayudar y dejar llevar sin resquemores. Incluso podríamos entrar a la panadería y adquirir pan sin ni siquiera tener que saludar o dar los buenos días, mientras llevemos un euro en el bolsillo. El panadero tampoco pediría tales gestos de nosotros.

En suma, hemos creado una sociedad falaz desde el punto de vista educativo, porque el punto de vista es erróneo. Creemos en el absoluto individualismo asociado a la absoluta independencia y autonomía. Sin embargo, baste que un día sientan que alguno de los pilares de su pretendida independencia, autonomía e individualismo absolutos se tambalea -como podría ser un pequeño problema de salud-, para que se den cuenta de cuán necesaria resulta la presencia del otro en esos gestos de "dejarse hacer", "dejarse ayudar" y "dejarse llevar por otros estilos". A fin de cuentas, es un jardín de afectos nuevo para un ser ya tan alejado de su naturaleza.

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