27 dic 2009

José Luis Ferris


José Luis Ferris es escritor alicantino. Autor de poemarios tales como Piélago (Hiperión, 1985), que obtuvo el Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana en 1986, o Cetro de Cal (Rialp, 1985), accésit del Premio Adonais, de novelas como Bajarás al reino de la tierra (Planeta, 1999), ganadora del Premio Azorín en 1999 y de biografías como las de Miguel Hernández, Maruja Mallo y Carmen Conde, publicadas en Temas de Hoy, nos sorprende esta vez con un relato que ensordece la palabra con su sincera verdad. Un recorrido por lugares que nos resultan familiares, geografías sentimentales cotidianas, pasos por calles que hemos ido caminando.

La Montaña herida. Leyenda alicantina (ECU, 1999) comienza así:

Un gemido en mitad de la noche puede cambiar el rumbo de una vida. Cualquier detalle, cualquier gesto involuntario o un simple acontecimiento en el momento preciso puede ser la causa de que el vaso de nuestra insípida existencia se desborde de pronto. Pero si la razón de ese desafío inesperado, de ese golpe de azar que desarbola el orden de los días, la mansedumbre que nos mantiene firme sobre el mundo, es un gemido desgarrado y hondo en plena madrugada, el aviso adquiere una aplitud tan minuciosa y alarmante que resulta inútil resistirse a su furia, cubrirnos los oídos, apartar los ojos, pensamiento, piel y labios de algo que nos llama desde muy cerca para que hagamos un alto en el camino y detengamos la huida.
[...] Mientras sus cuatro hermanos se subían al carro del negocio familiar y lucían en sus despachos un diploma administrativo que les habilitaba para compartir con el padre su meteórica fortuna especulativa, él, Andrés Grimau, se confomaba con una plaza de profesor numerario en un instituto de Orihuela para hablar de Propercio y el ritmo yámbico. Allí conoció a Sonia Olmedo, una ayudante de farmacia que aceptó de buen grado su idealismo y su modesto sueldo de funcionario, pero que no le prometió más pasiones que una vida hogareña y una fidelidad a prueba de toda corrosión.
Nada sucedió en ese tiempo que pudiera convulsionar medianamente su vida. Andrés cambió de destino pocos años después y se instaló en un barrio de las afueras de Alicante junto a su esposa que le seguía administrando severas dosis de normalidad y equilibrio. Preparaba sus clases o corregía alguna traducción antes de irse a la cama [...]
Fue al año siguiente de su regreso a la ciudad cuando un compañero de instituto le habló por primera vez de Emilio Narváez. Sabía que Andrés era un lector compulsivo y no dudó en recomendarle la última novela de un autor prácticamente olvidado que regresaba a la literatura después de tres décadas sin publicar y sin dar señales de vida. [...] Andrés la devoró en sólo unos días y comenzó a sufrir una progresiva obsesión por aquel escritor desconocido que llegaba a su vida en el momento justo, cuando todo empezaba a adquirir un agrio sabor a indiferencia.

Dejo a ustedes la maravillosa tarea de seguir leyéndola.

No hay comentarios: