Al Bichito le gustaba que llegara la noche. Sus ojos se abrían despiertos y se llenaba de curiosidades. En esos momentos sacaba su pequeño disco duro portátil del bolsillo más recóndito de su chaquetilla negra. Estaba repleto de grandes regalos. Con él se deleitaba escuchando aquellas piezas que habían ido floreciendo en su vida. Una película a media tarde, una ópera al llegar al anochecer.
El Bichito gustaba de trepar, y aquella noche, proveyéndose de la bufanda de colorines que le tejió su tía abuela, subió al punto más alto de Roma. Barrió con la mirada la ciudad desde San Pietro Vaticano hasta las termas de Caracalla. Entonces recordó la última vez que volvió a enamorarse. Cayó, cayó de nuevo. Y fue cayendo como bajó a por su MP325 para escuchar a Monteverdi. Pensaba, sentía, una carta más volaría hacia tierras flamencas. Lo decía el brillo de sus ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario